- ¿Qué estás comiendo? -le preguntó.
- Estoy comiendo zacate. ¿Quieres un poco?
- Gracias pero yo no como zacate.
- ¿Qué va a hacer entonces?
- Morirme tal vez de hambre y de sed.
El conejito se acercó a Quetzalcoatl y le dijo:
- Mira, yo no soy más que un conejito, pero si tienes hambre, cómeme, estoy aquí.
Entonces el dios acarició al conejito y le dijo:
- Tú no serás más que un conejito, pero todo el mundo, para siempre, se ha de acordar de ti. Y lo levantó muy alto, muy alto, hasta la luna, donde quedó estampada la figura del conejo. Después el dios lo bajó a la Tierra y le dijo:- Ahí tienes tu retrato en luz, para todos los hombres y para todos los tiempos.