Monday, April 14, 2014

Cantidades desparramadas

Sentado en un vagón del metro, típico lugar común de roce social, entablaba una conversación aún más discreta con el libro Lolita, que a mis ojos estaba bien, como para pasar de estación a estación hasta Ermita.
¡Lo recuerdo tan claro!: Al salir hacia la estación de San Antonio Abad, la animación de publicidad me llevo directamente al lugar donde su rodilla se asomaba discretamente. Como ratero, inmediatamente volteé como para ver si lo que recién habían descubierto mis ojos era producto de Nabokov o era real y para mi sorpresa mayor, NADIE más la veía. Hurté con mis ojos lo que con mis manos no podía, segundos me bastaron para completar su figura: sus caderas bastante generosas, quise imaginarme sus senos duros pero mi mente no llegó a tanto, jamás había tenido entre mis yemas dos pezones adolescentes. Trataba de volver al libro pero las imágenes sobrepasaban las palabras del libro y las que pudieran ser mías.

De pronto, como si hubiese sido zapeado, mis ojos parpadearon y noté que ella me observaba, su cara puberta mostraba algo de rubor en los cachetitos y respondía a mi calentura con una fijación en sus pupilas. Yo seguí leyendo Lolita pero ahora mi verga estaba erecta y el ruborizado era yo porque en mi paranoia clarito la veía a mirándome, jugando el juego del cíclope como diría Cortazar y dirigiendo de manera descarada su mirada al chingado bulto.

De reojo miré el letrero de la estación Villa de Cortés, pero con muy poca atención ya que la pequeña Lolita ya estaba junto a mí preguntándome de qué se trataba el libro. Para entonces el color de mi pantalón en un punto había cambiado y mostraba una peca oscura de mezclilla coronando mi erección. Ella con una supuesta curiosidad, rozó el charquito y lentamente se llevó la punta de su dedo a la punta de su lengua, mirando al frente, saboreándome y al mismo tiempo ignorando mi presencia.

Yo ya veía borroso de la excitación que esa chingada escuincla producía en mí, en un chispazo de conciencia logré ver cómo abría el arco de sus piernas, ella sabía lo que era y lo que tenía. Lo que me provocaba ya no eran indirectas, le gustaba jugar.

Llegamos a Portales pero en el momento que abrían las puertas la morra hizo algo inesperado, me pellizco el glande con rencor al tiempo que decía -no me olvides-

Mi primer impulso de seguirla se vio opacado por un dolor que me privaba. Ahora tenía tres cosas: un dolor de la chingada, una verga bien erecta y la frustración de quedarme sin meterle mano. Eso no se podía quedar así, nel!, aventé a la chingada el libro y salí cojeando del vagón. Hasta la pinche muela me quebré de tanto apretar las mandíbulas para no darle el gusto de oír mis quejidos. Caminé cada vez con mayor rapidez a medida que cedía el dolor, pero ella se percató de que la seguía y subió corriendo las escaleras con grandes zancadas que me permitieron verle por fin la grupa, quería imaginar que le veía ella el charquito, pero la neta no, llevaba hilo dental.

La pinche Lolita corrió hasta llegar a donde estaba un poli de cara grasienta y uniforme lustroso, jadeando hizo la finta de acusarme -ahora sí- me dije -te pasaste cabrón-. Pero el poli se entretenía viéndole las nalgas a la vende chicles, así que ni se enteró de las intenciones de la morra de acusarme de depravado, pero no quedó ahí, ella realizaba un nuevo intento esta vez jalando al poli del brazo, éste reaccionó y la volteó a ver pero no pudo decirle nada, llegué derrapando a plantarle un beso de dentista. Valiéndome madres todo la arrastré al hotel que está junto al California Dancing Club, ignoré los gritos de la Lola y sus intentos de liberarse, la jeta de la señito que cobra cuando la observó para luego dirigirme una mirada de –no mames, cabrón, está chavita pa´ti-. Me limité a pagarle, nos dirigimos al 4b.